Por el camino pasarán muchas cosas. Algunas buenas, otras malas, algunas que querríamos olvidar, cosas que no querríamos haber dicho o hecho. Pero al final sólo cuenta una cosa: que siempre serás mi hijo.
—
No me voy a llevar a la tumba el trabajo, ni el dinero, ni el coche ni la casa. Al final, lo que va a quedar y de lo que me siento más orgulloso es de haberte criado a ti.
—
El amor que los padres y las madres sentimos por nuestros hijos es indeleble. No importará lo que pase, no importará lo mal que vayan las cosas o los problemas que haya. Si con alguien puedes contar en toda circunstancia, es con tus padres, que nunca te fallarán y siempre te querrán.
—
Desde el día que te vi nacer me di cuenta de que acababa de llegar al mundo una personita a la que me iba a dedicar en cuerpo y alma y a la que iba a querer por encima de cualquier cosa. Y así ha sido, y no me he arrepentido un solo instante.
—
Puedes decir que te he dado mucho, y he hecho lo que he podido, educándote, cuidándote y ayudándote en lo que pude. Pero tú me has dado mucho más: desde que eras un bebé, una sonrisa y un beso tuyo han conseguido animarme y motivarme en esta vida.
—
Si nunca te hubiera tenido, creo que me faltaría algo. Tenerte y verte crecer ha sido lo mejor por lo que he pasado en esta vida.
—
Cada vez que te miro a los ojos, me veo en parte a mí, en parte al reflejo de lo mejor que tengo. Tú, tu presencia, me hizo cambiar para mejor, y todo lo que pueda amarte es poco. No podría estar más orgulloso de ti, hijo mío.
—
Querría haber sido perfecto, no para que me vieses mejor, sino para no haber cometido algunos errores e injusticias. Todo lo que pudiste haber hecho mal te lo perdono: espero que me perdones tú también a mí, porque en el fondo, tú eres mi hijo y te quiero.