En una tierra lejana allende los mares
te encuentras extraña a mi amor grande.
¿Cuándo reuniré suficientes cantidades
para poder volver al fin a reencontrarme?
Pues ni como ni bebo, mas solo trabajo,
de sol a sol como un esclavo me mato.
—
Aunque la distancia sea larga,
nunca el olvido nos alcanza.
—
Os escribí una carta en esta tierra,
que dice saber de vos, de tan tierna.
Si llegas, acude rápido a la sierra.
Encontrarás a muchas y taimadas hienas
todas envueltas en ponzoñosas hiedras.
Mas nunca temas, que son solo heridas
que curarán cuando caigan las piedras,
es decir, cuando en la mar tú rielas.
—
Tierra incógnita, tierra extraña,
esta donde cielo y mar se hallan,
pocos barcos arriban en la playa.
En cada uno miro por si vinieras.
Ay, en todos ellos; si tú supieras
que mi corazón apenas se entrega.
Aquí, en esta tierra, te espero,
día y noche apenas gente veo.
—
Ven, amor, conmigo y nos tumbaremos
sobre campos sembrados y caminaremos
sobre paseos floridos de crisantemos.
Con las ramas del ciprés abanicaremos
a nuestros traviesos y rubios pequeños.
Todo y todos esperamos tu llegada.
—
Allá en mis islas graciosas quedó
mi niña que decía tan bien caló.
Con el hablar suyo bien me enamoró.
Recuerdo aquí el día que me amargó
cuando partí por dinero para los dos.
Retornando, alzaré una casa para vos.
—
El alma se angustia tanto recordando
a la que en mi casa tengo al mando,
la madre de mis hijos: Luz y Fernando.
Pero pronto volveré, dulce esposa,
cargadito de miel y cosas espumosas.
Romperé en dos la niebla brumosa.
¡Descuida, mi bella todopoderosa!
—
Por mail o skype graciosa te veo.
Por correo postal tus cartas releo.
Por barco, avión, autobús o pedaleo,
nada impedirá verte porque lo merezco.