Mi padre murió al poco de nacer yo.
Pero realmente de vero no falleció.
Sus genes en herencia me los dejó,
entre ellos fe, generosidad y amor,
que inundan por siempre mi corazón.
—
El gran poeta Jorge Manrique
compuso coplas tras el embiste
y gran dolor que, Dios, le diste.
Tras el trauma, me convenciste
que recordarlo debiera en ristre.
Te alabaré por lo que me quisiste,
padre, conmigo siempre estuviste.
¡No más pena, llantos fuera!
—
Padre, en herencia nos dejaste
tu gran sabiduría como petate.
Recordado serás en gran parte
por la fuerza con que nos amaste.
—
Tu cuerpo se habrá ido,
mas yo siempre percibo
tu aliento en mí mismo.
Cuando en el espejo miro,
te veo de hito en hito
en la casa y en mis hijos.
—
No somos nadie, dicen los sabios mayores.
En polvo nos convertiremos, los Gómez.
y algunos, se van siempre los mejores.
De esta comedia que es la vida partimos
y dejamos aquí los frutos que parimos:
nietos, sobrinos, esposos e hijos.
En esta ocasión fue mi padre el ido,
pero yo afirmaré que fue bien nacido
pues tan preciosa herencia nos hizo.
¡Por siempre!
—
Recuerdo tus conversaciones de aldea,
tus sabias palabras de aquella manera
como las decías como mascando madera.
Recuerdo tus cuentos al pie de la cama
cuando sobre el lord y el lobo contabas
largas historias que por el día callabas.
Recuerdote, día y noche, siempre a ti.
Jamás dejaremos de hablar bien de ti.
—
Tu sombra, como la del ciprés, es alargada.
Cuatro generaciones todas, fíjate, ya abarca.
Tales astillas, hijos y más, salimos del asta.
Orgullosos siempre estuvimos de tus actas,
que tan bien y a recaudo dejaste redactadas.
Padre querido, veo desde aquí tu semblanza.
—
Mi padre dijo un día: “Árboles somos,
y agua necesitamos”. Tu cariño por nos
siempre fue el dulce líquido que regó
nuestro tronco frondoso que alcanzó
tan bien a familiares, todos de rondó.
—
Mi padre construía casas.
Su preferida, la blanca,
donde vivía con su amada
y por ella el río pasaba.
Alegría siempre nos daba.
No dejaremos de pintarla.