El miedo surge como un acto de defensa ante un acontecimiento de cierta turbación y es por eso por lo que se inicia en el momento en el que surge el amor. Es el acontecer de lo que ocurriría si tú me dejaras de querer de la misma forma que lo hace mi corazón.
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El miedo nos hace reaccionar y nos hace sentir que estamos vivos. Somos libres para amar plenamente, para gritar a los cuatro vientos que somos felices, y también lo somos para luchar y cambiar todo aquello que nos turba intensamente.
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No hay nada de malo en sentir plenamente, aunque eso signifique un profundo desasosiego y no habrá que despreciar su malestar sino aceptarlo con total naturalidad, pues el miedo siempre existirá en aquellos que son capaces de amar con verdadera intensidad.
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El miedo es recíproco para toda la humanidad, da igual que se trate de tímidos, cobardes o valientes, pues todos en un momento dado lo sienten ya sea antes, durante o tras la batalla. Esa es la verdadera esencia del ser humano, el sentir con plenitud e integridad.
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El miedo es una situación que puede dar lugar a la impotencia y a la indecisión, pero es un mal necesario que nos ayuda a refrenar ciertos impulsos, obteniendo ciertas barreras y limitaciones, pues lo que realmente daría miedo sería el descontrol y la pasividad.
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El miedo que sentimos ante la posible pérdida de alguien cercano, es algo positivo pues es la única forma que tenemos para saber cuánto y en qué grado nos importa.
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El miedo es una emoción intensa cuya función es permanecer en estado de alerta, por tanto el miedo no es dañino tan solo hasta que nuestra razón se vuelve esclava de él.
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La ausencia del miedo hace a los hombres ignorantes y ególatras, es por eso por lo que los sabios poseen miedo. La diferencia estriba en las almas débiles de los primeros y la almas sensatas y prudentes de los segundos.