La felicidad no se encuentra en intentar pasar por encima de los demás. La felicidad se encuentra en comportarse con humildad y sencillez, amar de forma simple y corresponder a aquellos que te aman.
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Lo único que me hace sentir orgulloso es el cariño que sienten por mí personas que creen que me merezco su afecto. No necesito más.
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Perder la vida en persecución de posición social, de dinero y de bienes materiales es un objetivo mucho menos noble que pasarla en persecución del amor verdadero.
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La soberbia y la altanería se vencen con humildad y amor.
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El orgullo piensa que se eleva a los cielos. Cree que sus pies no tocan la tierra, porque cree estar por encima de los demás. No es malvado: es simplemente estúpido, y debemos tener piedad de él: porque su camino es uno de envidia y odio, y nunca conocerá la dicha de amar. Como realmente nos elevamos a los cielos es no creyéndonos más de lo que somos y aprendiendo a entregarnos a los demás.
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El éxito, en la pareja, en el mundo de los negocios, en las relaciones personales, en muchas otras cosas, radica en primer lugar en el grado de humildad que se tiene. Una persona orgullosa verá el mundo velado por el egoísmo, y siempre de forma distorsionada.
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Siendo humildes aprendemos a ver las cosas tal y como son. Reconociendo la valía de los demás seremos felices. Porque, ¿Cómo podemos amar a una persona si nos sentimos superiores a ella? Reconociendo a la pareja como nuestra igual, aprenderemos a quererla.
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La humildad es en primer lugar saber valorar nuestros defectos y nuestras virtudes. No quiere decir rebajarse ante otros: sino, al contrario, saber que lo que somos no depende de logros o méritos que podamos enseñar. Los humildes son aquellos que saben amarse a sí mismos y que, por tanto, saben amar a los demás.
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El amor no se construye de perlas, regalos y yates. El amor se construye de humildes muestras de cariño. Ésos son los ladrillos que componen el edificio más grande que ha conocido la especie humana.