Hoy el sol inundó por completo el cuarto.
Estampa más bella no hubo que tu retrato.
Los ojos estaban cerrados a cal y canto.
El sueño amoroso envolviate con su manto.
Despierta, amor mío, te digo con la mano.
—
En el estado de Texas se cantan mañanitas,
las del rey David, acompañadas de palmitas.
Los mozos las cantan a las lindas mocitas
ya bien pronto al pie de sus bellas casitas.
Hoy las canto yo para decirte: “Buenos días”.
—
Tras la tranquila noche sosegada,
vino el alba de forma atropellada
y, con ella, la laboriosa jornada.
No me dio nada de tiempo a mi amada
decirle lo mucho que la idolatraba.
Por eso, aunque a deshora, con tarta
te recito alto mi personal alborada.
—
Despierta, mi amor; mira el sol,
en lo más alto de la montaña do
se halla está cantando ya al son
que, sabes, tanto le gusta a la flor.
Buenos días te ofrezca siempre Dios.
—
Buenos días, buenos días, recitaba
el enamorado a su linda enamorada
aunque ya el mediodía se alcanzaba,
tan grata le era su faz acompasada.
—
Para mí siempre es mañana linda,
pues voy de maravilla en maravilla.
En mirarte complazco a mi vida.
Nunca me canso de los buenos días.
—
Tras la noche agitada los amantes
hubieron tristemente de separarse.
Y, aunque no se veían, murmurábanse
buenos días de facto de parte a parte.
—
Que el sol te guíe con su luz,
Que el cielo claro marque tu
camino como si fuera el Talmud.
Dale los buenos días al abedul.
—
Cuánto gozaría de vos si ahora
en este instante comiera moras
sobre la hierba en buena sombra.
Juntos reiríamos inéditas bromas,
buenos días tiraríamos como bombas.
—
Mi bien, ya amaneció.
Mira que el sol salió.
Buenos días y adiós.
—
Bien amanecía sobre las montañas.
El sol inundaba de luz las moradas,
las pobres y las ricas mostraba.
En una de ellas se hallaba mi amada,
recostaba todavía sobre la cama.
Buenos días dale de forma calmada,
sol, que tienes la suerte de atisbarla.