Amar a una persona es necesitar que esa persona sea feliz. No que esté con nosotros, no que se preocupe por nosotros, no, incluso, que nos ame. Sino que ella sea feliz, por encima de nuestra propia felicidad.
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Estar contigo es para mí una necesidad mayor que cualquiera de las fisiológicas. Incluso sin comer ni beber ni dormir tengo fuerzas para estar contigo. Pero no me quites la esperanza de tu amor: si ello fuese así, me quitarías la vida.
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Tengo una necesidad: la de posar mis ojos sobre tu hermosura, la de contemplarte al desnudo, la de ver tu alma en tus gestos y frases, la de quererte y gozar cuando me quieras.
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El amor es necesario para la vida. De la misma forma que el hombre precisa de comida y bebida para su cuerpo, necesita un alimento para su alma. Y éste, cuando toma la forma de una persona amada, nunca se agota, da energías y hace crecer.
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El compromiso voluntario entre dos personas es una necesidad del amor. No puede haber amor verdadero cuando media la fuerza, una posición de poder o de egoísmo. Ello es, simplemente, contrario a la propia naturaleza del amor.
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No sé por qué, no sé desde cuándo, no sé cómo ni si es bueno o malo: sólo sé decirte que sé que te necesito, a ti, a mi amor.
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No sé si necesito que me ames: pero sé que necesito amarte.
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Necesitar a otros para ser feliz, en el sentido de que otras personas estén pendientes de nosotros y nos presten atención, no tiene que ver con el amor. Se trata de miedo a la soledad. El amor es la necesidad de entregarse a una persona de forma completa y hacerle saber que la amamos: que por ella actuaremos con sinceridad y verdad incluso en la menos conveniente de las ocasiones. Es, por tanto, anteponer un ideal a nuestro egoísmo.
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Hay quien confunde el amor con la necesidad. Que amemos a una persona no quiere decir que la precisemos para vivir nuestra propia vida, ni que ésta deba depender absolutamente de ella.